Enfrentando la censura y el autoritarismo de la época, durante los años 80 Enrique Lihn dejó a un lado su producción poética para desplegar un conjunto de "proyectos locos", según la acertada definición de Christopher Travis, dando cuenta con ello de una radicalidad única en el marco de la producción crítica e intelectual de esos años. La casa que falta aborda, por primera vez, el conjunto de esos materiales desde la concepción de un "acto social total", según la definición dada por Lévi-Strauss para los actos de lenguaje que exigen una interpretación plena. Parodia, burla, provocación y defensa cerrada de la autonomía del arte transformaron la figura de Lihn en un nuevo tipo de héroe dedicado a desplegar el discurso prohibido de la época, inspirando a las nuevas generaciones que surgirán con el regreso de la democracia a Chile el mismo año de su fallecimiento.